TÍBET: El tercer ojo (Lobsang Rampa)

En esta entrada vuelvo a Asia, a uno de los lugares más fascinantes del planeta: el Tíbet. Como libro de referencia he escogido El tercer ojo de Lobsang Rampa.

  Lobsang Rampa. El tercer ojo TÍTULO: El tercer ojo

AUTOR: Tuesday Lobsang Rampa

EDITORIAL: Destino

ISBN: 9788423334841

La primera vez que leí esta novela tendría doce o trece años y me quedé subyugada. El autor afirma ser un lama tibetano y narra su historia desde que ingresa a los siete años en el Monasterio de Chakpori, cercano al palacio del Potala en Lhasa, la capital del Tíbet. El libro describe detalladamente la vida en el monasterio, el proceso de aprendizaje y las costumbres tibetanas antes de la ocupación china.

La vida en el monasterio es muy dura. Lobsang tiene que afrontar multitud de pruebas para llegar a convertirse en lama y médico.  En determinado momento al niño le practican una trepanación en medio de la frente  para abrirle «el tercer ojo», lo cual le permitirá ver e interpretar el aura de las personas y conocer su carácter, su estado de ánimo e incluso sus enfermedades. También se abordan otros temas esotéricos como los viajes astrales, en los que el alma se separa del cuerpo y puede viajar libremente.

La novela alcanzó un éxito enorme en su época y se publicaron dos libros continuando la historia: «El médico de Lhasa» e  «Historia de Rampa», pero no me gustaron tanto.

Posteriormente me enteré de que se había desenmascarado al autor del libro y que era el hijo de un fontanero irlandés y que probablemente se había inventado toda la historia y que todos los detalles que aportaba eran falsos. Sin embargo, a mí siempre me quedó latente el deseo de conocer el Tíbet y su vida espiritual.

  TÍBET. MONASTERIO DE DREPUNG

TÍBET

Conseguí ir al Tíbet en 2007, después de un intento fallido en 2006, debido a las dificultades burocráticas que ponía el gobierno chino. Después de tener todo el viaje organizado, casi se frustra otra vez debido a un incidente que hubo en la frontera entre Nepal y Tíbet una semana antes de partir. Afortunadamente todo se arregló y mis dos amigos y yo finalmente pudimos hacer el ansiado viaje, a pesar de todos los miedos y recelos que nos planteaba, sobre todo por el mal de altura y por la situación política del país.

La llegada al Tíbet fue sorprendente, porque todo era diferente a cómo nos lo habíamos imaginado. Yo siempre había pensado que se trataba de un país montañoso, con los monasterios en lo alto de colinas inexpugnables, a las que se accedía en pequeños carruajes o montado en algún animal de carga. Pues bien, nada más lejos de la realidad. Llegamos en avión desde Kathmandú y el aeropuerto de Lhasa Gonggar  era moderno y funcional, ya que había sido completamente remodelado en 2005 por el gobierno chino, con la clara intención no sólo de modernizarlo, sino de dar una buena imagen al turista que accede por vía aérea a esta «región autónoma» de China (el Tíbet fue invadido por los chinos en 1950 y desde entonces dejó de ser un país independiente).

La carretera desde el aeropuerto a Lhasa también es moderna e incluso hay un inmenso túnel que parecía recién terminado. Todos los coches que circulaban eran flamantes Land Cruiser, utilizados únicamente por los turistas. La entrada en Lhasa fue todavía  más decepcionante: se trataba de la típica ciudad china, como las que habíamos visitado el año anterior, pero sin ningún encanto. En la avenida principal de repente vimos aparecer el Potala (palacio del Dalai Lama).  La primera impresión que nos dio es que era muy pequeño y en medio de la ciudad, no como me lo imaginaba, en lo alto de una empinada colina y envuelto en bruma y misterio. Además Lhasa está a una altura de 4.600 metros por encima del nivel del mar, por lo que la luz del sol al mediodía es cegadora.

Cuando llegas a Tíbet necesitas un día entero para que tu cuerpo se adapte al cambio de altura (Kathmandú está a unos 500 metros y Lhasa a 3.600, por lo que hay más de 3.000 metros de diferencia). Los primeros síntomas del mal de altura se notan nada más bajarte del avión: ligero zumbido en los oídos, leve mareo y taquicardia. El remedio es quedarte tranquilo en el hotel ese día y beber mucha agua. Te recomiendan que bebas cuatro litros de agua diarios, tarea que a mí me resultó completamente imposible, además de ser un suplicio por las penosas condiciones higiénicas del país. A pesar de los síntomas del primer día, el mal de altura sólo le afectó a uno de mis amigos que tuvo que soportar varios días con un dolor de cabeza muy intenso, sólo atenuado por infusiones con tés y hierbas locales. Los demás sólo notamos un mayor esfuerzo al subir escaleras y un poco de ahogo por la falta de oxígeno cuando llegamos a los puntos más altos (5.200 metros de altitud).

Los tibetanos son gente amable, pero bastante dura, debido a las condiciones geográficas y políticas. Son muy religiosos y el budismo domina todas las facetas de su vida. Han estado siempre dominados y viviendo como en la Edad Media. Los sucesivos Dalai Lama prohibieron por motivos religiosos la rueda (porque se asemeja al símbolo del Dharma budista) y sólo se introdujo en Tíbet con la ocupación china. Aunque los grandes ríos de la India nacen en Tíbet, en la mayor parte de los sitios no hay agua corriente, ni electricidad.

A pesar de que no se les permite manifestarlo abiertamente, tienen un odio visceral hacia el ocupante chino. La represión política se agrava por el hecho de que el gobierno chino envía grandes cantidades de trabajadores al Tíbet, de tal manera que los tibetanos se están conviertiendo en población minoritaria en su propio país.

El centro neurálgico de Lhasa lo constituye el templo del Jokang, que es el lugar más sagrado y venerado de todo Tíbet. Los peregrinos de todo el país acuden a este santuario y lo rodean rezando (es lo que se llama «hacer la kora«).  Algunos lo hacen postrándose completamente en el suelo, se levantan, avanzan un paso y se vuelven a postrar. Es algo impresionante ver a las multitudes de peregrinos rezando y agitando sus molinillos de oración (dentro tienen escrito un mantra, de tal manera que al girarlo también rezan).

LHASA. JOKANG 2LHASA. JOKANG 1

Alrededor del templo está el Mercado  y la Plaza Barkhor, donde en multitud de puestecillos ambulantes se vende de todo, pero especialmente collares multicolores (las mujeres los usan hasta cuando trabajan picando piedra en las carreteras), molinillos y banderolas de oración (se cuelgan en cuerdas y al moverse con el viento, sirven para seguir rezando).

Visita imprescindible en el Tíbet son los monasterios. En Lhasa visitamos los Monasterios de Drepung y Sera. Lo más bonito de los monasterios son los libros, muy diferentes a nuestro concepto occidental. Son grandes hojas sueltas de más de un metro de largo y estrechas. que se sujetan entre dos grandes tablas y se envuelven en telas y cuero. También es preciosa la policromía de las paredes y muebles, sobre todo predominando el color rojo. Lo peor es el olor a la manteca de yak (el animal del que dependen los tibetanos, parecido a un búfalo) con la que fabrican las velas. En el monasterio de Sera vimos un rito muy curioso en el que los monjes se chillan unos a otros, parece ser que en un ejercicio de dialéctica.

TÍBET. MONASTERIO DE SERA

Pero el lugar más emblemático del  Tíbet es el Palacio del Potala. Aunque ya comenté que la primera visión nos había decepcionado, después tuvimos que reconocer nuestro error. Es un edificio impresionante, de más de 11 pisos, que hay que subir andando, con la dificultad añadida del mal de altura. Allí están enterrados los Dalai Lama, máxima autoridad religiosa del Tíbet y alberga tesoros de valor incalculable.

LHASA. PALACIO DEL POTALA

Otra visita interesante es el Palacio de Norbulingka o Palacio de verano del Dalai Lama, que tiene maravillosos jardines repletos de flores.

Tras la visita a Lhasa, recorrimos todo el país en cuatro por cuatro, pasando por Gyantse, que tiene una impresionante estupa (edificio religioso para contener reliquias) y Shigatse, que alberga el Monasterio de Tashilunpo, el más bonito de todos los que visitamos.

En contra de lo que yo siempre había imaginado, el paisaje del Tíbet es bastante árido y muy plano, ya que es una enorme meseta.  Creo que debido a la escasez de colores es por lo los tibetanos pintan sus muebles e interiores de vivos colores. Sin embargo, la aridez se ve compensada por los cielos espectaculares. No me gusta incluir fotos en las que aparezco yo, pero esta vez hago una excepción, porque da una idea de cómo es el cielo en el techo del mundo.

CAMINO A GYANTSE

Pero no todo son paisajes, templos y palacios. Para visitar el Tíbet hay que estar curtido y desde luego no ser escrupuloso, porque es el país con peores condiciones higiénicas que he visitado jamás. Acudir a un servicio tibetano es una auténtica «experiencia»,  ya que los tibetanos no conocen el pudor y los aseos son compartidos y sin muros de separación. A esto hay que añadir la falta de agua corriente. En algunos casos eran tan repugnantes que al tercer o cuarto día optamos por no utilizarlos y pararnos en las cunetas de los caminos a pesar de no haber arbustos o árboles donde ocultarte.

Otro problema es la falta de lugares donde comer o comprar comida. Normalmente comíamos un frugal plato de arroz. Menos mal que ya habíamos sido advertidos y llevábamos la maleta forrada de paquetes de jamón ibérico y queso.

Mención especial merece la noche que nos alojamos en Tingri,  un poblacho con cuatro casas de adobe donde habitualmente se alojan los alpinistas antes de instalarse en el campo base del Everest (Quomolanga en tibetano).  El guía nos sugirió dormir allí para ver el Everest al anochecer y al amanecer, cosa que no pudimos hacer porque se nubló y empezó a llover. El hotel consistía en un edificio cuadrado con patio interior formado por pequeñas casuchas de adobe, sin agua corriente, ni electricidad. El guía había asegurado que las sábanas estarían limpias, lo que efectivamente era cierto, porque no había sábanas, sino unos edredones costrosos con ositos. Esa noche cenamos sentados en las camas, con el plumas puesto, a la luz de la linterna. Eso sí, jamás me ha sabido mejor el jamón ibérico, acompañado de unos panecillos que encontramos en una tiendita enfrente del hotel.

TINGRI

Después de instalarnos en el «confortable» hotel salimos a dar un paseo y preguntamos a unos alpinistas por el mejor sitio para ver el Everest. Nuestra sorpresa fue que eran españoles, que formaban parte de una expedición para subir al Cho Oyu.  Tras charlar un rato con los alpinistas, se nos acercó un chico rubio con melena y barba parecido a Brad Pitt en Siete años en el Tíbet y nos preguntó en español si le podíamos llevar a Kathmandú. Era de Pamplona y llevaba un mes viajando sólo por China y Tíbet. El caso es que estábamos en el lugar más perdido y desértico del mundo y aquello parecía la Gran Vía madrileña, encontrándonos a cada paso con un español.

La etapa final del viaje desde Tingri hasta Zhangmu, en la frontera con Nepal, fue durísima. La carretera desciende casi 5.000 metros con unos acantilados espectaculares y además ese año estaba en obras. A eso hay que añadir los desprendimientos de grandes rocas, las cascadas que la atravesaban, los grandes agujeros en el asfalto y la falta de arcén.  El trayecto por esa carretera infernal duró cinco horas y creo que no he pasado más miedo en toda mi vida.

Finalmente debo hacer mención al paso por la frontera por Kodari. Como las relaciones entre China y Nepal no son buenas, hay una franja de unos dos kilómetros que constituye tierra de nadie y que tienes que pasar a pie, porque los guías se quedan en Tíbet y al otro lado de la frontera te esperan otros guías nepalís. Para llevar la maleta tienes que contratar a unos porteadores que se la ponen sobre la cabeza. Es muy curioso ver transitar a todo el mundo con grandes fardos e incluso bombonas de butano.

Como resumen, he hecho una selección de fotos de todos los lugares que he descrito. Espero que os guste.

 

7 comentarios en “TÍBET: El tercer ojo (Lobsang Rampa)

  1. De nuevo vuelves a traerme maravillosos recuerdos con la descripción de aquel viaje del año 2007. Es uno de los viajes que recuerdo con más cariño, y quizá en el que más he sentido la sensación de trasladarme, no solo a otra cultura, sino a otro tiempo. A pesar de lo rápidamente que los chinos están cambiando todo, en aquel año todavía tuvimos oportunidad de saborear aquella cultura…y sentir que vivíamos toda una aventura. Lhasa con el Potala y el Jokang, Norbulingka, Tashilunpo, aquellos increibles cielos azules…y el recorrido por carretera de Lhasa a Kathmandu, sobre todo aquel último tramo estrechísimo, en obras, en pleno diluvio, con un abismo a nuestra derecha, sorteando baches, andamios y personas, del que llegamos a dudar si saldríamos. Supongo que a día de hoy será una autopista rápida y fácil de recorrer…Por añadir algo más a tu relato, recordaré que los pasos de carretera a gran altura que hicimos fueron Tsuo La y Lahkpa La, ambos por encima de los 5.000 metros de altura, (siempre recordaré lo que costaba subir a un simple montículo para hacer una foto), que los montañeros con los que tuvimos aquel estupendo paseo en Tingri, con las montañas al fondo, eran Juan Carlos González y Santiago Martín, que iban a intentar (y consiguieron, según leimos al volver a Madrid en los periódicos), hacer cima en el Cho Oyu, de 8.201 metros de altitud, y que fue precisamente en Tingri, donde siempre recordaré aquel desayuno en el sitio donde dormimos, en pleno Himalaya, por la mañana temprano, amodorrados, los únicos turistas en aquel lugar, arrejuntaditos los tres en aquel sillón, el mismo donde habían dormido los que trabajaban allí, rodeados de tibetanos, con alguien sirviendo el desayuno y otro alguien pasando echando incienso para limpiar el ambiente. Parecía que acabáramos de aparecer allí, trasplantados desde de otro lugar y época…es otra de esas imágenes que nunca se borran¡¡¡

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  2. En una época de mi vida el Tibet fue lo más de lo más y hoy siguiendo tus pasos,realmente me parece muy diferente a otros viajes y lugares.Creo que tiene que ser muy difícil «sobrevivir» aunque apasionante.Una vez mas,te digo que lo cuentas tan sencillamente y real que es,como haber formado parte de tu grupo.Gracias por ampliar mi mundo!!!

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  3. Pilar me encanta como lo escribes da ganas de ir para allá a pesar de las condiciones, y de los baños compartidos,no sé si con tanta altura sólo podrán ir los viajeros jóvenes. Sigue así disfruto mucho leyendote.

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  4. Formidable descripción de un país en unas cuantas pinceladas. Precisión, nada de concesiones, pocos escritores de viajes te dan estampa más real, práctica, sin tópicos románticos y te transmiten mejor el espíritu y mentalidad de la gente y el como viven en unos cuantos rasgos sustanciales.

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